El Corazón Fiel de Bruno

El Corazón Fiel de Bruno

Bruno era un labrador dorado con un pelaje brillante como el sol y una lealtad que superaba cualquier entendimiento. Vivía con Mateo, un joven aventurero que soñaba con explorar el mundo. Desde cachorro, Bruno había sido el compañero inseparable de Mateo, compartiendo juegos en el parque, paseos por el bosque y noches acurrucados frente a la chimenea.

Un día, Mateo anunció que partiría en un largo viaje. Iría a Sudamérica a estudiar la flora y fauna exótica. Bruno, aunque no entendía las palabras de Mateo, captó la tristeza en su voz y el cambio en su rutina. Sintió un vacío inmenso al verlo empacar su mochila, llenándola de mapas y libros gruesos.

La mañana de la partida, Mateo abrazó a Bruno con fuerza, prometiéndole que volvería pronto. Le dejó un hueso grande y jugoso, y le pidió a la vecina, Doña Elena, que lo cuidara en su ausencia. Bruno observó desde la ventana cómo el coche de Mateo se alejaba, perdiéndose en la distancia. Un aullido triste escapó de su garganta.

Doña Elena era amable y lo alimentaba bien, pero nada podía llenar el vacío que Mateo había dejado. Bruno pasaba horas sentado junto a la ventana, con la mirada fija en el camino, esperando ver aparecer el coche de su amo. Cada sonido de motor lo hacía saltar de alegría, solo para caer en la desilusión al ver que no era Mateo.

Los días se convirtieron en semanas, las semanas en meses. El invierno llegó, cubriendo el mundo de nieve. Bruno, fiel a su promesa, continuaba su vigilia junto a la ventana. Doña Elena, preocupada por su tristeza, lo llevaba al parque a jugar con otros perros, pero Bruno solo tenía ojos para el camino.

Un día, mientras Doña Elena preparaba la cena, Bruno escuchó un sonido familiar. Un coche se acercaba, y esta vez, era diferente. El corazón de Bruno latió con fuerza. Se levantó de un salto, corrió hacia la puerta y comenzó a ladrar con entusiasmo.

Doña Elena abrió la puerta y allí estaba, Mateo, con una barba crecida y una sonrisa radiante. Bruno saltó sobre él, lamiéndole la cara y moviendo la cola con frenesí. Mateo lo abrazó con fuerza, enterrando su rostro en su suave pelaje.

La alegría era palpable. Bruno no paraba de dar vueltas alrededor de Mateo, ladrando de felicidad. Mateo le contó sobre sus aventuras en la selva, mostrándole fotos de monos juguetones y aves coloridas. Bruno escuchaba atentamente, moviendo la cola con aprobación.

Esa noche, Bruno durmió acurrucado junto a Mateo, sintiendo su calor y escuchando su respiración. La espera había terminado. Su amo había regresado, y su corazón fiel estaba lleno de alegría.

Desde ese día, Bruno y Mateo volvieron a ser inseparables. Continuaron sus paseos por el bosque, sus juegos en el parque y sus noches acurrucados frente a la chimenea. Bruno sabía que la lealtad y la paciencia siempre valen la pena, y que el amor verdadero siempre regresa.

Enseñanza:

La lealtad y la paciencia son virtudes que siempre son recompensadas. El amor verdadero siempre encuentra el camino de regreso.

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