Carmelo, el Cangrejo Contento

Carmelo, el Cangrejo Contento

Carmelo era un cangrejo diferente. No le importaba la arena movediza, ni las conchas vacías que otros coleccionaban con avidez. Su felicidad no residía en posesiones, sino en las pequeñas maravillas que encontraba cada día en la orilla del mar.

Vivía en una roca salpicada de algas verdes, un hogar sencillo pero acogedor. Todas las mañanas, al despertar, Carmelo saludaba al sol con una reverencia de sus pinzas. Le encantaba el brillo cálido que le acariciaba el caparazón y la promesa de un nuevo día lleno de aventuras.

Su rutina era simple: explorar la playa, saludar a las gaviotas con un baile torpe, y buscar pequeñas piedras brillantes para adornar su hogar. No se preocupaba por la competencia con otros cangrejos, ni por encontrar la mejor almeja. Carmelo disfrutaba del presente, del sonido de las olas y del olor a sal.

Un día, una tortuga marina llamada Matilda se acercó a la roca de Carmelo. Estaba triste porque había perdido su estrella de mar favorita. Carmelo, con su entusiasmo contagioso, se ofreció a ayudarla a buscarla.

Juntos, recorrieron la playa, preguntando a las almejas, a los peces pequeños e incluso a una estrella de mar gruñona. Carmelo, con su actitud positiva, animaba a Matilda a no rendirse. Le contaba chistes de cangrejos y le mostraba las conchas más bonitas que encontraba.

Finalmente, al atardecer, encontraron la estrella de mar de Matilda atrapada entre unas rocas. La tortuga, radiante de alegría, abrazó a Carmelo con una aleta. Le agradeció su ayuda y su compañía, diciéndole que su felicidad era contagiosa.

Carmelo, sintiendo un calor en su interior, se dio cuenta de que su felicidad se multiplicaba al compartirla con los demás. Regresó a su roca, con el corazón lleno de alegría y la certeza de que había hecho del mundo un lugar un poquito mejor.

Desde ese día, Carmelo siguió siendo el cangrejo contento de la playa, compartiendo su alegría con todos los que se cruzaban en su camino. Su felicidad no dependía de tesoros materiales, sino de la conexión con los demás y la gratitud por las pequeñas cosas de la vida.

Enseñanza:

La verdadera felicidad no se encuentra en las posesiones, sino en la conexión con los demás y en la gratitud por las pequeñas cosas de la vida. Compartir la alegría es la mejor forma de multiplicarla.

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